LA NUBE DEL NO-SABER

La nube del no saber. Alicia Marsans
La nube del no saber. Alicia Marsans
La nube del no saber. Alicia Marsans
La nube del no saber. Alicia Marsans
La nube del no saber. Alicia Marsans
La nube del no saber. Alicia Marsans
La nube del no saber. Alicia Marsans
La nube del no saber. Alicia Marsans
La nube del no saber. Alicia Marsans

Hace ya varios años que Alicia Marsans pinta nubes, lo que de alguna manera resulta redundante. En realidad pinta, como siempre, la pintura, pero en este caso desde una duplicidad muy evidente que acompaña a la pintura desde sus albores: la cara y la cruz de su materialidad cruda por un lado y su capacidad figurativa por otro. Una figuración que en este caso resulta, no obstante, muy volátil. O quizás no tanto, porque haga Alicia lo que haga, ya sea una mancha caricaturesca de pintura blanca plana o un borrón de pastel rosaceo, nosotros no podemos evitar ver nubes. Nubes que nos despistan y nos distraen, pero también conducen inevitablemente a un encuentro con la pintura.

La nube del no-saber es el título de un manual de espiritualidad inglés del siglo XIV. Anuncia desde el principio sus intenciones: tratar “de esa nube en la que el alma se une a Dios”. Obviamente, la pintura de Alicia Marsans no es piadosa, aunque algo tiene de culto pagano, como toda pintura anclada poderosamente en su materialidad. Estas serían, siguiendo la analogía que proponemos, las nubes en las que la pintora se une no a Dios, sino a la pintura: un ejercicio místico mucho más vinculado al “más acá” que al “más allá”.

Es interesante comprobar como basta con sustituir la idea de Dios por la idea de Pintura para encontrar, en La nube del no-saber, un todo un señor tratado de pintura:

“He aquí lo que has de hacer. Eleva tu corazón a la pintura; con un suave movimiento de amor, deseándola por si misma y no por sus dones. Centra tu atención y deseo en ella y deja que sea esta la única preocupación de tu mente y tu corazón. Haz todo lo que esté en tu mano para olvidar todo lo demás. (…) Quizá pueda parecer una actitud irresponsable, pero, créeme, déjate guiar (…) Persevera, pues, hasta que sientas gozo en ella. Es natural que al comienzo no sientas más que una especie de oscuridad sobre tu mente o, si se quiere, una nube del no-saber. Te parecerá que no conoces ni sientes nada a excepción de un puro impulso hacia la pintura en las profundidades de tu ser. Hagas lo que hagas, esta oscuridad y esta nube se interpondrán entre ti y la pintura. Te sentirás frustra- do, ya que tu mente será incapaz de captarla (…) Pero aprende a permanecer en esa oscuridad. Vuelve a ella tantas veces como puedas (…) Pues si en esta vida esperas sentir y ver la pintura tal como es, ha de ser dentro de esta oscuridad y de esta nube. Pero si te esfuerzas en fijar tu amor en la pintura, olvidando todo lo demás -y en esto consiste la obra de contemplación que te insto a que emprendas-, tengo la confianza de que la pintura te dará una experiencia profunda de si misma.”

Algunos se preguntarán si no es la contemplación un ejercicio baladí en los tiempos que corren. Serán, suponemos, personas ávidas de saber. Pero en la pintura no hay hechos que valgan. Es más, como nos recuerda La nube del no-saber, los hechos de la pintura nos distraen del encuentro con la pintura misma. Un encuentro que exige muchas horas a solas con la pintura, perdida en la nube del no-saber sin perder la calma. Cruel ironia; que esto pueda parecerle a algunos fácil cuando los que han pintado alguna vez saben que esta actitud es, pictorica- mente, el equivalente de estar en las trincheras.

Claudia Rodriguez Ponga